Un cachorro de león que se separó de su manada se perdió en la selva. Caminó por horas hasta que se desmayó y cuando despertó, estaba rodeado de ovejas que, por alguna razón, no lo rechazaron y lo aceptaron como uno más del rebaño. Con el tiempo, el joven león empezó a imitarlas. Balar como ellas, correr como ellas y hasta asustarse de lo mismo que ellas.
Los años pasaron y el cachorro se volvió un león con garras y melena, pero él no lo sabía y siguió viviendo como una oveja. Un día, mientras pastaban, apareció un lobo y el rebaño huyó despavorido y él, como todas las ovejas, también corrió. El lobo, desconcertado, se preguntó por qué huía e intrigado, fue tras él.
El joven león corrió con desesperación hasta que un río le bloqueó el paso y quedó frente a su supuesto cazador quien, sin apartarle la mirada, le preguntó: ¿Por qué corres? ¿Qué hacías con esas ovejas? “Por favor… no me hagas daño”, le respondió temblando: “Yo solo soy una oveja”.
Asombrado, el lobo solo atino a decirle en voz baja y calmada ¿Una oveja?, mientras le señalaba con la cabeza la orilla del río para que viera su reflejo en el agua.
Dudoso y con temor, el joven león lo obedeció y viéndose por primera, descubrió que no había venido al mundo como oveja, sino como un león con garras, melena y fuego en los ojos. Comprendió que no era débil ni manso y con un rugido tan profundo que hizo temblar la tierra. Se reconoció por fin como lo que siempre había sido y nunca más volvió a comportarse como una oveja.
Esta historia me recuerda que hay personas como este león. Personas que se pasan la vida haciendo solamente lo que el rebaño les enseñó a hacer: Trabajar, pagar cuentas, criar hijos y cuidar a otros. Personas que van dejando sus sueños atrás, bien porque les faltó tiempo, porque nadie les enseñó a creer en ellos mismos o simplemente porque una vez lo intentaron y no salió bien.
Por eso, todos debemos conocer la historia de este joven león y aprender de ella. Todos debemos mirarnos al espejo y rugir. Todos debemos darnos cuenta de lo que valemos, pero más que nada, de lo que podemos lograr si nos lo proponemos.
Y aunque lo hayas olvidado, tú naciste león – o leona -, así que decídete a caminar sin miedo hasta el río y ruge al mundo de ovejas que te rodea