Recuerdo aquel primer día del año 1959. Poco a poco el rumor se fue corriendo boca a boca y al amanecer llegó a convertirse en un clamor: ¡Batista se fue…!
El amanecer fue confuso. Lo mismo pasaba por la calle 21 una perseguidora azul y blanca disparando al aire, que la turba asaltaba las máquinas de juego en 23 y 12 y arrancaba los parquímetros y los tiraba al centro de la calle. Todos queríamos creer el milagro, pero a la vez todos teníamos miedo a equivocarnos o que fuera una broma macabra.
Tenía solo 13 años, pero Oscarito sabía ya de sobra lo qué era la tiranía. Para aquel niño, Batista era mi abuelo metido debajo de la colcha en pleno verano oyendo Radio Rebelde. Era el miedo de mis padres a la mirada vestida de azul que nos cruzáramos en cualquier momento. Era el vecino Marcelo Salado que un día nos dijeron que era del 26 y lo habían asesinado en G y 25. Era, en fin, algo que todos esperábamos que terminara.
De las muchas cosas que vi aquel día hay una que, vaya usted a saber por qué, se me quedó grabada. En aquella época vivíamos en un pasaje (calle de una sola cuadra) en el Vedado y teníamos un vecino que se llamaba David. Era un señor grueso y aunque no eran amigos íntimos, sabía que mi padre solía compartir en silencio sus preferencias políticas.
Recuerdo la calle llena de gente y en medio de todo aquello recuerdo a David subiéndose en una escalera y clavando en el poste de madera que había frente a su casa una bandera de papel roja y negra mientras abrazaba a todos y gritaba ya ni recuerdo qué cosas.
Pero la mañana transcurría lenta y confusa, entre las noticias que se oían en la radio y lo que la gente decía en la calle. Que si era un golpe de Estado; que si desde la Sierra ordenaban tomar los cuarteles y hacer la huelga general; que si era solo una jugarreta de los esbirros para descubrir militantes del 26….
En fin, que entre noticias contradictorias, disparos en las calles y multitudes asaltando residencias de batistianos, nadie sabía a ciencia cierta qué sucedía en Cuba. Y así, en medio de aquella alegría, incertidumbre y temor, aquel niño que se hacía hombre vio como en un momento dado, David corrió a buscar nuevamente la escalera y arrancó nerviosamente la banderita del 26 de julio del poste, trancándose en su casa a cal y canto y dejando a los demás con sus emociones en la calle.
Y mientras veía a David primero poner con alegría y quitar después con miedo aquella banderita, el Oscarito niño aprendía que la gente podía cambiar muy fácilmente lo que pensaba y hacía, sin imaginarse que más tarde en la vida encontraría a David muchas veces entre amigos y enemigos.