El Respeto

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Mucho se habla en estos tiempos modernos de las diferencias generacionales y de cómo las maneras de criarnos de nuestros padres han podido influir en las conductas (o “desconductas”) de las diferentes generaciones y de si ello es responsable o no de muchos comportamientos que hoy ya vemos como normales.

Soy de una generación que respetaba a los demás. Y lo hacía, no solo porque le enseñaban que debía ser así, sino porque sabía también que no hacerlo conllevaba siempre una reprimenda o un castigo.  A ningún niño de mi edad se le hubiera ocurrido intervenir en una conversación entre adultos (“los niños hablan cuando las gallinas mean”) y bastaba una mirada de alguno de nuestros padres para que nos marcháramos a jugar a otra parte.

Lo peor que podía pasarnos en la escuela era que un maestro nos dijera “llévale esta nota a tus padres” o peor aún “dile a tus padres que vengan a hablar conmigo”. Si ello era producto de alguna mala conducta nuestra, sabíamos que ese día el regreso a casa no sería un paseo y nunca, absolutamente nunca, vimos que nuestros padres discutieran con el maestro defendiendo nuestros “errores”.

En aquella época los niños solo teníamos deberes, los derechos nos lo tendríamos que ganar en la vida. Teníamos el deber de estudiar. Teníamos el deber de portarnos bien. Teníamos el deber de ser honestos. Teníamos el deber de respetar a nuestros profesores. Teníamos, en fin, el deber de parecernos a nuestra familia y honrarla con nuestras acciones.

Hoy muchos nos preguntamos: Qué ha pasado para que un adolescente le plante cara a un anciano y hasta lo agreda en el transporte público. Qué ha pasado para que un niño le grite “malas palabras” a la madre en la calle y en medio de la perreta le pegue. Qué ha pasado para que un joven – que aún vive a costa de sus padres – le diga “ya viejo, tú no sabes de lo que hablas” y le dé la espalda.

Y para mí la respuesta es bien simple: Se cambió el castigo, por la escusa de escudarnos en “el trabajo que teníamos”. Se cambió el reconocimiento de un deber, por un regalo, primero esperado y después exigido. Se cambió el respeto a nuestros padres, por la intolerancia de creernos infalibles y de merecer lo tenido y lo por tener.

En fin, se cambiaron deberes incumplidos, por derechos no ganados. Y por favor, no le echemos la culpa a la sociedad. La sociedad la hacemos nosotros, la sociedad somos nosotros y fuimos nosotros quienes sustituimos el hogar como escuela. Y claro que debemos estar contra el “maltrato infantil”, pero en mi humilde opinión una nalgada a tiempo evita males mayores… ¡Hasta Dios castiga para hacernos mejores! Si no, ¿para qué el infierno?

Esta anécdota, que llamaré Respeto, me recuerda todo eso: Yo fumaba desde los 14 años. Lo hacía escondido, claro está, aunque estoy seguro de que mis padres lo sabían. Un día, ya con 18 años, «el viejo» me llamó para hablar sobre un problema familiar. Nos sentamos en un muro que había frente a la casa y antes de comenzar a hablar, sacó la cajetilla de cigarros, cogió uno y sorprendiéndome me brindó otro. Encendió el suyo con una fosforera de gasolina que siempre tuvo y le dio candela al mío.

Ese día mi padre y yo estuvimos conversando un buen rato, pero mientras lo hacíamos, mi cigarro se gastaba entre mis dedos sin poder llevármelo a la boca. Lo respetaba demasiado para fumar delante de él. Esa quizás sea la respuesta a tantos “por qué” actuales

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