Pero yo tengo un Poljot…..

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Corrían los últimos años de la década de los 70 del pasado siglo y trabajaba en la Aduana del Aeropuerto Internacional José Martí. Tenía un amigo que era Capitán de Cubana de Aviación – con el que junto a mi padre acostumbraba a “volar avioncitos” casi todos los fines de semana en el Parque Lenin – quien una noche me llama por teléfono para decirme que su mamá llegaba de un viaje de 1 mes a Miami y me preguntaba si podía ayudar a que saliera de los controles lo más rápido posible.

En aquella época los vuelos de Miami se controlaban al 100% y esto significaba realmente esto: 100%. Se abría la totalidad de los bultos, se sacaban y revisaban una a una todas las pertenencias y se les hacía un cacheo personal a todos los pasajeros. El control de aquellos vuelos demoraba HORAS y recuerdo que en ocasiones cambiamos de turno y le dejábamos a los que entraban una parte de los pasajeros de un vuelo sin terminar.

Pues bien, me dio pena con el amigo y me fui con él a esperar a su anciana madre. Cuando llegamos ya el vuelo había aterrizado. Mi amigo se quedó fuera de la Casilla de Pasajeros y yo entré a conversar con el Jefe de Turno. Había bastantes pasajeros y nos costó encontrar a la anciana, pero cuando la vimos le pedí que – dentro de lo posible – agilizara su paso por los controles y salí a acompañar a mi amigo en la espera. Y así  las cosas, la anciana demoró solamente un par de horas en ser controlada, pagó los derechos de Aduana que correspondían y tras encontrarse con nosotros mi amigo finalmente me llevó hasta la casa.

A los dos o tres días la secretaria del Jefe de la Aduana del Aeropuerto me llama para decirme que subiera a su oficina. Cuando entré me encontré que sentado en su Buró no estaba Argamasilla, sino un Oficial de la CI, lo cual me sorprendió. Pero como siempre he dicho “quien no la hace, no la teme” di los buenos días y me senté frente a él

No más hacerlo, este “compañero” trae a colación lo que había sucedido con la madre de mi amigo, mi presencia en el lugar y mi interés por el caso, a lo que, haciendo acopio de la paciencia que nunca me ha sobrado, le expliqué que mi interés había sido agilizar los trámites (algo que por cierto le recordé, era común hacer con familiares de ellos mismos) pero que no había participado en el despacho y mucho menos había estado cerca del lugar donde se hacía y que, en mi opinión, pensar siquiera que pudiera haber otra razón, no solo me ofendía a mí, sino que ponía en tela de juicio la actuación del Jefe de Turno y de todos los participantes, incluyendo a su informante que si vio algo incorrecto y lo permitió, se convirtió en cómplice.

La discusión tomó otro rumbo y el caso de la madre de amigo dio paso a insinuaciones mucho más peligrosas que no yo tenía deseos de oír y mucha menos obligación de aceptar y terminó cuando el oficial llegó a  decirme que yo «tenía demasiados amigos entre los tripulantes de Cubana» como si ello fuera una condición para hacer cosas ilícitas,

Llegado a este punto me levanté, me acerqué al buró y mostrándole mi reloj pulsera le dije al oficial: “»Es cierto, yo tengo muchos amigos tripulantes, pero usted tiene un SEIKO en la muñeca y yo tengo un POLJOT» (reloj soviético que se vendía en Cuba). Le pregunté a mi Jefe si él tenía algo más que decir y como no me respondió, di media vuelta y salí de la oficina ante la mirada, entre asombrada y admirada de Nadia, su secretaria

Tiempo más tarde, cuando supe el destino final de aquel oficial, me reafirmé en la idea de que hay quienes juzgan a los demás de acuerdo a sus propios valores.

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