El Chacal y aquellas prohibiciones

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Quizás muchos, cuando oigan hablar de El Chacal, piensen en el magnífico thriller del escritor Frederick Forsyth, publicado en el 1971, donde el autor logra adentrarnos en la manera en la que este profesional del crimen organiza el atentado al entonces presidente de Francia, Charle De Gaulle y nos describe detalladamente las variadas maneras de burlar las múltiples medidas de seguridad que siempre rodean a estos personajes.

Tanto la trama, como la calidad de la prosa empleada, hizo que el libro se convirtiera rápidamente en un “best seller” y fuera leído por millones de personas en todo el mundo, pero … ¿Sabías que si viajabas a Cuba en los años 70 no podías traerlo?

Es cierto que aquella fue una época de múltiples intentos de atentados a dirigentes del país y parece que por esa razón para algunos el libro podía ser una escuela de cómo organizarlos o, peor aún, un incentivo para hacerlos. Quizás pensaban que quienes organizaban – y aún hoy en día organizan – atentados, necesitaban de un escritor de novelas para aprender a ejecutarlos y eso justificaba el evitar que se leyera.

Lo real es que esa prohibición, como muchas otras de aquella época, no estaba escrita en ninguna parte y mucho menos informada a los afectados por lo que quienes lo compraban para leerlo o compartirlo se enteraban cuando de ella cuando se lo decomisaban al pasar la frontera, o más bien se lo quitaban, pues no mediaba documento o explicación alguna.

Aquella fue una época de demasiadas prohibiciones, algunas de las cuales la mayoría de los cubanos ni creerían posibles hoy, pero en las que varias generaciones crecimos y hasta veíamos correctas: Usar el pelo largo o la saya corta; Oír a Nelson Ned o a los Beatles; darle Gracias a Dios; tener una Virgen de la Caridad o un cuadro de Jesucristo en la sala; escribirte con un familiar de Miami o tener un amigo Madrid – entre otras muchas cosas – eran no solamente mal vistas, sino que políticamente, podían determinar tu lugar en el trabajo y/o estudio.

Para muchos hoy sonaría a cosas del enemigo, pero en la planilla que debías llenar para trabajar o estudiar no faltaban nunca las clásicas preguntas de: “¿Tiene familiares en el extranjero?”. ¿Profesa alguna creencia religiosa? Y aunque la mayoría teníamos familiares “fuera” o creíamos en Jesús, Changó o Alá, responderlas afirmativamente era casi un suicidio y nadie marcaba que si. Y quizás esa dualidad entre la imagen social a presentar y realidad de cada cual, fue el embrión de la doble moral que cada vez más nos acompaña.

Si eras hombre y te gustaba el pelo largo, tenias problemas ideológicos. Si eras mujer y te vestías con minifalda, tenias que cambiar. Si eras Gay estabas enfermo y tenías que esconderte en “el armario” y si opinabas diferente en algo, aunque lo hicieras de buena fe, podías terminar sin trabajo, cuando no interrogado por una autoridad.

Para la existencia de la mayoría de estas prohibiciones no se daban explicaciones o justificaciones y existían simplemente porque sí. Éramos un país en guerra, ejercíamos la “dictadura del proletariado” y confiábamos en quién nos dirigía, pero todo ello fue creando una «cultura del temor a opinar» que todavía existe y que se traduce actualmente en la intolerancia con el que piensa diferente y la intransigencia con el adversario.

Pero volviendo a El Chacal… Como buen cubano, aquella prohibición me hizo buscar – y encontrar – alguien que tuviera un ejemplar para leerlo, pero era tanta la demanda que esa persona tenía para prestar el libro, que en mi caso debía recogerlo y devolverlo al día siguiente.

Recuerdo que era un sábado a las 9 de la mañana cuando sentado en uno de los sillones del portal de casa de mi abuela abrí la primera página de un grueso libro grueso forrado con papel de regalo (seguramente para que no se viera la portada) y que prácticamente no paré de leer hasta terminar la página 512, a las 2 de la mañana del domingo.

Debo decir que encontré el libro original y ameno, por lo que no sentí las casi 16 horas de lectura continua. Pero unido al cansancio y al sueño de una mala noche, me levanté del sillón con la molestia de no entender por qué diablos los cubanos teníamos que leer El Chacal a escondidas y más que nada, dudando seriamente de la salud emocional e intelectual de quienes lo prohibían.

Nuestra historia ha estado llena de prohibiciones, muchas de ellas que no estaban escritas en ninguna parte y que pocos en lo interno entendían, pero que se aceptaban sin decir nada: unos para «evitarnos problemas» y otros porque «no me afectan».

Sin embargo, lo malo no es que hayan existido o que ni siquiera se haya pedido perdón nunca a los afectados y que no se hable de ese pedazo de historia como si no hubiera existido. Lo imperdonable es que no hayamos aprendido nada de todo aquello y sigamos repitiendo esas maneras de actuar, quizás justificadas un día, pero que son incompatibles con estos tiempos.

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