
La televisión cubana había surgido a comienzos de la década de los 50, del pasado siglo, y junto a otros muchos y variados programas, el Canal 4 transmitía uno poco común: El Programa de los 64 Mil Centavos que hasta donde recuerdo era una copia infantil de otro muy conocido en el que su premio era en pesos y no en centavos.
En el programa, los participantes eran niños de primaria que escogían un tema y durante seis domingos seguidos respondían una pregunta en cada uno de ellos, lo que iba incrementando el premio.
Se comenzaba por 2 mil centavos y si las preguntas eran respondidas correctamente, se doblaba la cifra ganada: 2 mil, 4 mil, 8 mil, 16 mil, 32 mil y así hasta los 64 mil
Con bastante de montaje teatral, el concursante – vestido con una toga y un birrete – se sentaba en una especie de cabina de cristal a prueba de sonido, mientras que una presentadora extraía de un sobre sellado la pregunta que correspondía. Si contestaba mal, hasta ahí llegaba en el programa, pero si contestaba correctamente lo llevaban ante un gran baúl y dos “Boy Scouts” vaciaban en él los sacos que contenían los miles de centavos ganados ese día.
Corría el año 1957 y yo cumplía 12 años. Desde muy pequeño, la Astronomía me llamó la atención y se convirtió en mi afición. Conocer sobre los planetas y sus satélites, las estrellas, las nebulosas, los cometas y todo lo que nos rodeaba – que en aquella época era aún más desconocido e intrigante que ahora – llenaba la cabecita de aquel alumno que terminaba el 6to grado
Casi 70 años después, aún me pregunto cómo, sin Google o internet, un niño podía acumular tanta información sobre un tema en específico. Solamente recuerdo que leía con avidez todo lo que caía en mis manos sobre astronomía y no me perdía un programa de TV o una película sobre el tema.
Nunca supe de qué manera mi padre logró inscribirme como concursante en aquel programa que Gaspar Pumarejo lanzó al aire, pero lo que si es cierto es que, para sorpresa de muchos, acepté participar con el tema ASTRONOMÍA. Las preguntas fueron variadas y estuvieron relacionadas con los planetas del sistema solar y otros, astros, pero, pisoteando la modestia, no resultaron difíciles para un niño que había alcanzado un conocimiento sobre el tema, muy por encima de la media.
Sin embargo, recuerdo nítidamente el último programa con el que debería ganar los 64 mil centavos o irme derrotado. Ese día la pregunta en el sobre que abrían era una imagen que se transmitió para que todos los televidentes pudieran verla y se proyectó para mí, en un monitor que estaba frente a la cabina.
No sé si por la posición de las luces o por nerviosismo, pero no estaba seguro de qué era aquello que veía y mientras transcurría el TIC-TAC de los 60 segundos, le dije a la presentadora que un reflejo en los cristales me impedía ver bien la imagen. Por su cara me di cuenta de que pensó que no sabía la respuesta y lo entendió como una excusa para ganar tiempo, por lo que rápidamente movieron el monitor, apagaron alguna luz y pude por fin ver claramente la imagen que presentaban.
A través del cristal miré a mis padres que estaban en la primera fila del público con cara de preocupados, compartí con ellos una sonrisa cómplice y al sonar la alarma respondí muy seguro de lo que estaba diciendo: La Nebulosa de Andrómeda, mientras decenas de personas de pie aplaudían y Jesús Oscar y Librada se miraban orgullosos.
Además del premio de los 64 mil centavos, los anunciantes del programa (ni recuerdo quienes eran) me regalaron un telescopio que costaba en Sears casi tanto como el mismo premio y los payasos Gabi, Fofó y Miliky fueron a mi escuela donde organizaron una fiesta con todos los niños.
Muchos piensan que estos programas de participación son “amañados” y que los resultados están preparados. No sé en otros, pero yo puedo asegurar – con la honestidad que da ser un niño de 12 años – que al menos en El Programa de los 64,000 Centavos no era así.