El papa Francisco: La Iglesia y yo

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El papa Francisco se convirtió en leyenda y esto me ha hecho viajar en el tiempo, tras mi relación con lo que él representa.

Nací, hace casi 80 años, en una familia que puedo catalogar como cristiana. No recuerdo que fuéramos en familia a misa los domingos, pero me parece estar viendo el cuadro del Sagrado Corazón de Jesús presidiendo la sala de la casa. Estudié en una escuela católica, hice la Primera Comunión en la Iglesia San Juan de Letrán, del Vedado, y aunque no entendía exactamente el cómo, siempre pensé que el Jesús que nació entre cabras, en un pesebre, fue crucificado para que no existiera la injusticia.

Ya casi adolescente comencé a cuestionarme cosas que veía y conocía de aquella iglesia que predicaba confesiones de pecados escogidos y los perdonaba con ostias de pan que se derretían en la boca, en nombre de un Jesús que, según las películas que veía en Semana Santa, andaba con los pobres y expulsaba a latigazos a los fariseos de su templo.

Luego, cuando tenía casi 14 años, mi mundo cambió. Jesús pareció acercarse más a las desigualdades terrenales que me rodeaban, pero quienes hablaban en su nombre le hicieron la guerra a su obra y me obligaron a preguntarme, cómo aquel Jesús permitía que sus representantes se pusieran del lado de los ricos y hasta escondieran y protegieran a asesinos en sus iglesias.

En aquel momento, algunas religiones dejaron de ser amigas por los actos que cometían o el bando que escogían, lo cual, unido a que siempre me ha costado entender que hubiera un Dios que permitiera el napalm en Vietnam, o el cáncer en los niños, hizo que como muchos de mi generación, comulgara con la idea de que la religión era “el opio de los pueblos”, como nos enseñaban.

Desde mi adolescencia, las cuestiones religiosas siempre fueron un asunto espinoso, pues, en la práctica, todas eran consideradas enemigas, al menos por filosofía, y creer en algo era mal visto y hasta censurable. Crecí en una sociedad donde, si llenabas una planilla para trabajar, debías responder si “tenías alguna creencia religiosa” y eso, valga la ironía,  hizo que Cuba fuera un país de ateos.

Una sociedad donde alguien pudo decidir que una estudiante de preuniversitario con 98 puntos finales de promedio, no podía subir al Turquino al graduarse porque era cristiana, o donde pastores evangelistas terminaron en la UMAP por sus creencias

Por suerte, esa especie de “edad oscura” fue poco a poco dejada atrás al fragor de la historia. Aquella estudiante supo remontar el calvario, se hizo médico, siguió siendo cristiana y sus pacientes la han querido y respetado siempre por lo que hace, independientemente de  sus creencias. Y aquel pastor terminó siendo Diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular, ayudando a su pueblo, como el Moisés bíblico, demostrando que el Jesús de la cruz estuvo siempre al lado de los más pobres.

Hoy puede asombrarnos cuantos marxistas convencidos de aquella época nos invitan a hacer algo con un “Si Dios quiere”, o lucen con orgullo una «Mano de Orula» que tuvieron escondida de la vista de todos. No sé si es que la edad les ha abierto las puertas de los cielos, o que antes no tuvieron el coraje de decir lo que pensaban. Me gustaría pensar que para la mayoría de aquellos, la primera opción es la cierta, aunque, por desgracia, la vida ha demostrado que los más son los otros.

Y algunos se preguntarán a qué viene esta historia de cosas ya tan dejada atrás. Y la respuesta es muy sencilla:

Ayer el mundo enterró a un cura franciscano argentino que, desde muy joven, entendió que el evangelio habla de aquel que caminó con los pobres, repartía peces entre los hambrientos y curaba a los enfermos. De alguien que predijo que “más fácil entra un camello por el ojo de una aguja, que un rico en el reino de los cielos.

Ayer enterramos a Francisco. Un pastor que, pese a las diferencias que nos impone la vida, supo establecer su compromiso y trabajo por sobre cuestiones filosóficas o políticas, enseñando que Dios está en cada uno de nosotros y que la Iglesia, sea cual sea, vive en la manera en que actuemos con el prójimo.

Y eso, tan poco común en estos tiempos, me ha hecho traer estas vivencias.

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