Hoy, que se habla mucho de la escasez de combustible y de las medidas para propiciar el ahorro, me viene a la mente la solución que hace años tomó un Jefe que tuve ante una de las varias crisis que hemos sufrido.
Corrían los primeros años del siglo XXI y en el organismo central, donde yo trabajaba, había un grupo de automóviles asignados a los diferentes dirigentes del primer nivel, incluido como es lógico el del Jefe del organismo, los que se utilizaban para las visitas y otros movimientos relacionados con el trabajo
Sin embargo, al concluir la jornada laboral, los dirigentes los utilizaban para volver a su domicilio y seguramente, por qué no, para resolver también los problemas personales que todos tenemos. Por esta razón, el parqueo destinado a estos vehículos, que llamábamos Parqueo Interno, dormía siempre vacío.
Recuerdo que en aquellos momentos, la cuestión del combustible se puso tensa en el país y ello motivo recortes en las asignaciones que afectaban a todos los vehículos, incluido los del transporte obrero y que para incrementar el ahorro se ajustaron las visitas a las unidades, se redujeron los viajes de trabajo y hasta el transporte obrero sufrió reducciones en cantidad y extensión. Esto último afectó a los trabajadores, pero paradógicamente el Parqueo Interno continuaba durmiendo vacío.
Y aquel Jefe – que no era fácil y tenía sus cosas -, decidió un buen día hacer algo que debió de haber sentado precedentes en otros organismos, aunque no conozco de otro caso similar: Dispuso que para ahorrar combustible, todos los vehículos estatales asignados a los jefes, incluyendo el suyo, tenían que dormir en el Parqueo Interno.
Y así las cosas, este Jefe, con más de 70 años en las costillas, caminaba todos los días ida y vuelta los más de 3 kilómetros hasta su casa y otros jefes que vivían más lejos tuvieron la oportunidad (y necesidad) de utilizar el transporte obrero para llegar a la casa diariamente después de 8 horas de trabajo.
No recuerdo exactamente cuánto duró el “experimento”, pero fueron varias las semanas en las que estoy seguro, además de ahorrar combustible, algunos de aquellos dirigentes tuvieron un contacto directo con la realidad que, en cuanto a movilidad, rodeaba a los dirigidos.
Siempre he pensado que el día que los datos y las estadísticas sobre las afectaciones en el transporte público producto de escasez de combustible sea consultada por los que deciden en una parada llena de gente, con 30 grados centígrados y no mientras se mueven en un carro camino a una reunión del Consejo de Ministros, entenderían mejor lo que esos números representan para la gente y quizás – solamente quizás – las soluciones necesarias aparecerían más fácilmente.