Después de haber estado más de 18 años en la Aduana del Aeropuerto Internacional José Martí (AAIJM) pasé a trabajar como 2do jefe de la recién estrenada Aduana I y posteriormente a finales del pasado siglo a la Jefatura de la Aduana General de la República, donde ocupe diferentes cargos.
Como he dicho anteriormente, a veces con razón y otras sin ella, siempre me ha gustado orinar contra el ventilador, con todos los riesgos que ello conlleva, lo cual, por suerte, ha sido acompañado por la paciencia de casi todos mis jefes. Entre estos últimos está el GB PPP.
Recuerdo que era rara una Asamblea de Afiliados donde no discutiéramos por algo. Él venía de una larga – y fructífera – vida militar y yo llevaba décadas fuera de ella. Él quizás estaba acostumbrado al “ordeno y mando” y yo – también quizás – no resistía esta manera de pensar, aunque no está de más dejar claro que ninguna de nuestras discusiones era por problemas de principios… Siempre era más por el “cómo” que por el mismo “qué”.
A los pocos meses de haber sido nombrado PPP Jefe de la Aduana, un día me llaman para que fuera a su Oficina. ¿Qué habré hecho ahora? Me pregunté y un poco como el cuento del gato subí a verlo. Aquel día fue directo: ¨Oscarito, hay que renovar el Buró Sindical de la Jefatura y voy a proponerte a los factores del centro como Secretario General.
Después de la sorpresa – o quizás producto de ella -, solamente alcancé a responderle: “¿Usted está loco? ¡Si no hacemos más que discutir como perro y gato! Y su respuesta es una enseñanza que llevo conmigo a la tumba. Más o menos me dijo: “Oscarito, estoy rodeado de gente que solo sabe decir SI y necesito alguien que me diga NO” Y, no sé si por mi premonición a la discusión o porque entendí que lo decía en serio, le respondí “allá usted entonces, porque mis NO no le faltaran.
Aunque perecía imposible para muchos, lo real es que estuvimos los siguientes TRECE años discutiendo por muchas y muy variadas cosas (algunas que pusieron a prueba el respeto y la consideración que nos teníamos), pero creo que a la larga cumplí con su deseo. Y aunque es cierto que al final siempre se hacía lo que él decía (por algo era el Jefe), también es verdad que en más de una ocasión la decisión tomada estaba “contaminada” por la tozudez del sindicato.
Aquella tarde fue casi como el final de la película Casablanca, cuando el Jefe de la Policía le dice a Bogart «esto es el comienzo de una gran amistad». Y tan fue así que una de las dos únicas veces que lo vi sonreír en todo ese tiempo fue en mi boda, a la que asistió con su esposa y la botella de sidra que impidió que los recién casados brindaran con agua. Aún hoy, gracias a WhatsApp, seguimos discutiendo los «cómo» pero reafirmando los «qué».