Antes de Continuar

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He vivido casi 8 décadas y la mayor parte de este tiempo en una época de convulsas experiencias sociales y políticas que han llenado con alegrías, esperanzas, temores, rechazos, rabias y, por qué no decirlo, hasta decepciones, más de seis décadas.

Soy de una generación testigo de hechos trascendentales, pero que también guarda recuerdos de los que se habla poco y se ha escrito todavía menos. De aquella generación que en octubre de 1962 esperó a los “americanos” tocando rumba, pero que con la misma tozudez y alegría sembró estúpidamente café a los lados de la pista del aeropuerto de la Habana, sabiendo que ese néctar no lo tomaría nunca nadie.

Tuve un jefe, al que estimé y estimo mucho quién – vaya usted a saber por qué razón -, gustaba llamarme a su oficina para contarme viejas anécdotas de su vida. Recuerdo que más de una vez le pregunté por qué no las escribía, pues eran sucesos que  si no lo hacía  se perderían, como si nunca hubieran existido

De las alegrías de mi generación mucho se ha hablado (quizás demasiado) así que no voy a hablar mucho de ellas, pero estos años han estado llenos también de sucesos que hubiera sido mejor no haber compartido y menos haber vivido. De cosas que pudimos  y más que nada debimos hacer mejor (o al menos diferente) y de los que casi nadie habla. Unos porque no les conviene quizás recordarlo y otros que, como yo, hubiéramos preferido que no hubieran existido.

Aunque he dejado pasar algunas – quizás demasiadas – cosas en nombre y justificadas por el «fin mayor», siempre tuve asignado el cartelito de «atravesado» lo que hace que hoy llegue a este punto de mi vida sin sentir demasiadas culpas propias. También he tenido suerte con quienes me rodeaban y sobre todo con mis jefes que, o me han considerado loco o han comprobado que soy honesto.

Pero no se precipiten: A esta altura del juego, con tres cuartos de siglo en las costillas, y más preguntas que respuestas, este viejo no va a renegar de lo vivido, pues vivido está de la manera escogida en cada momento. Solo pretenderé compartir recuerdos que, como flashes, me vienen a la mente cuando cada noche, temiendo no despertar, me voy a la cama. Sucesos en los que reí y lloré, pero donde también odié. Momentos de mi vida donde no entendí, discrepé y terminé todo mojado por orinar por gusto contra el viento, pero que por la tozudez heredada de Librada, posiblemente volvería a vivir igual si renaciera en las mismas condiciones.

En fin, lo que pretendo es compartir vivencias que quizás sirvan para fotografiar, desde mi visión, una parte de lo vivido por muchos en seis largas y únicas décadas… Aquellas pequeñas cosas de las que nos alertó Serrat y que «Nos hacen que lloremos cuando nadie nos ve»

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