La Iglesia de la Peña de Francia en Puerto de la Cruz

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En este artículo nos adentramos en los secretos de este emblemático monumento, declarado Bien de Interés Cultural y descubriremos por qué una virgen con un nombre tan lejano es la patrona del pueblo, quién la construyó y cómo, y las fascinantes leyendas que encierran sus capillas.

Si hay un lugar en Puerto de la Cruz que respira historia por los cuatro costados, ese es, sin duda, la Parroquia Matriz de Nuestra Señora de la Peña de Francia. Más que un simple templo, esta iglesia es la piedra angular sobre la que se forjó la identidad de un pueblo pesquero que acabaría convirtiéndose en el primer y más cosmopolita destino turístico de Tenerife. Sus muros de piedra volcánica, sus techos de tea y sus campanas han sido testigos mudos de siglos de historias, de tempestades, de pestes, de fiestas y de la transformación de un valle entero.

Pero una pregunta surge de forma natural: ¿Qué hace una virgen cuyo nombre evoca las montañas de Salamanca («Peña de Francia») en un puerto del Atlántico canario?

La historia se remonta al siglo XV, en la Sierra de Francia salmantina. Según la tradición, en 1434, la Virgen María se apareció en lo alto de una peña a un peregrino francés llamado Simón Vela, de ahí el nombre de «Nuestra Señora de la Peña de Francia». La devoción a esta advocación se extendió como la pólvora por la Península Ibérica.

En el siglo XVII, Tenerife, y en concreto el Puerto de la Cruz (entonces un simple puerto dependiente de La Orotava), era un hervidero de actividad comercial. Llegaban barcos de toda Europa, y con ellos, comerciantes portugueses, castellanos, genoveses y, por supuesto, franceses. Fueron estos inmigrantes, especialmente los procedentes de regiones con fuerte devoción a esta virgen, quienes trajeron su culto a la isla.

Foto antigua

Y había una razón práctica y profundamente emotiva: “la protección de los marineros”. Para un pueblo que vivía de y para el mar, tener una advocación mariana que «vigilaba» desde una peña (como la de Salamanca o, simbólicamente, desde la pequeña elevación donde se construyó la iglesia) era un poderoso símbolo de amparo frente a los peligros del océano. Se le encomendaban las almas de los que partían hacia las Américas y se le agradecía el regreso sano y salvo. Así, la Virgen de la Peña de Francia se enraizó en el corazón de los porteños, fundiendo su identidad con la del propio pueblo.

La construcción de la iglesia es la materialización de una promesa. El protagonista de esta historia es Antonio Francisco de Castro, un acaudalado comerciante de origen portugués afincado en el Puerto. La leyenda cuenta que, aquejado de una grave enfermedad, invocó a la Virgen de la Peña de Francia y le prometió construirle un templo si sanaba.

Milagrosamente, así fue y cumpliendo su voto, en 1684, Don Antonio financió el inicio de las obras. La magnitud de su donación fue tal que la comunidad, eternamente agradecida, lo nombró «Alcalde Honorario y Perpetuo» de la localidad, un título más que merecido para el benefactor que les dotó de su primera parroquia matriz. Las obras se prolongaron durante trece años, concluyéndose finalmente en **1697.

La ubicación de la iglesia no fue casual. Se erige en lo que hoy es la Plaza de la Iglesia, en pleno casco histórico de Puerto de la Cruz, sobre una suave loma muy cercana a la costa. Esta posición elevada no era solo simbólica (esa «peña» que mira al mar), sino también práctica.

En el siglo XVII, su silueta era lo primero que veían los marineros al acercarse a la bahía, actuando como un faro espiritual que les daba la bienvenida y les anunciaba el fin de una travesía peligrosa. Era el primer y último avistamiento de tierra firme, un lugar de agradecimiento y de plegaria.

La Iglesia de la Peña de Francia es un libro abierto de arquitectura canaria tradicional. En ella se mezclan influencias mudéjares, barrocas y soluciones prácticas perfectamente adaptadas al medio insular.

Sus gruesos muros están construidos con la mampostería oscura y robusta típica de la isla, diseñada para resistir el paso del tiempo y la humedad. La madera de pino canario resinado (pino de tea) es la gran protagonista y su dureza y resistencia a la carcoma la hacían ideal para la techumbre, el artesonado interior, los marcos de ventanas y los característicos balcones**. Por último, la blancura de la cal en la fachada contrasta con el rojo de la teja árabe de la cubierta, creando esa estética tan canaria y mediterránea.

La iglesia que vemos hoy no es exactamente la de 1697. Es el resultado de un crecimiento orgánico, de las necesidades de una feligresía en aumento y de la devoción que generaban nuevas imágenes. Hoy nos encontramos con:

  1. Cuerpo Principal (1684-1697): La estructura original incluía la nave central, el presbiterio y las primeras capillas laterales.
  2. Capilla del Santísimo Cristo de la Misericordia (Siglo XVIII): Sin duda, la capilla más importante tras la mayor. Su construcción responde a la enorme devoción que generó el Cristo, del que hablaremos después. Es un espacio dentro del templo que concentra una profunda carga emocional para los porteños.
  3. Capilla de San Juan Bautista (Siglo XVIII): Otra capilla lateral significativa, que alberga la imagen del santo.
  4. Sacristía y Dependencias Anexas (Siglos XVIII-XIX): A lo largo de más de un siglo, se fueron añadiendo espacios como la sacristía, salas para la cofradía y otras estancias de servicio para el culto.

Altar principal

Como todo edificio histórico, ha requerido cuidados constantes. Se han llevado a cabo varias intervenciones para consolidar sus cimientos, restaurar los valiosos artesonados de madera y preservar su imaginería, asegurando que las generaciones futuras puedan seguir disfrutando de este legado.

Toda iglesia antigua está rodeada de un aura de leyenda, y la Peña de Francia no es una excepción. Entre las historias a contar, quizás la más emblemática es La Leyenda del Cristo de la Misericordia:

Durante una devastadora epidemia de peste en el siglo XVIII, un barco que pasaba frente a la costa, quizás también afectado, arrojó lastre al mar para escapar de la enfermedad. Entre lo desechado, había un gran cajón. Milagrosamente, el cajón llegó a la orilla de la playa de Puerto de la Cruz.

Los vecinos, al abrirlo, encontraron en su interior la imponente imagen del Cristo de la Misericordia y desesperados, decidieron sacarlo en procesión, rogándole el fin de la pestilencia y cuenta la tradición que, a partir de ese momento, la epidemia comenzó a remitir. Desde entonces, el Cristo es el Patrón de la Ciudad, compartiendo devoción con la Virgen, estando su historia indisolublemente unida a la de la iglesia.

Hoy, la Parroquia Matriz de Nuestra Señora de la Peña de Francia sigue siendo el epicentro de la vida religiosa y cultural de Puerto de la Cruz.

Es un Bien de Interés Cultural (BIC) y está oficialmente reconocida como Monumento, lo que garantiza su protección y conservación. Es un templo vivo, con misas diarias y una activa comunidad de feligreses y es también el punto neurálgico de las fiestas más importantes de la ciudad: Las fiestas del Cristo de la Misericordia (Septiembre) y las Fiestas de la Virgen de la Peña de Francia (Noviembre).

En fin, La Iglesia de Nuestra Señora de la Peña de Francia es mucho más que un conjunto de piedras y maderas. Es la memoria viva de Puerto de la Cruz y en su espadaña resuenan los ecos de las sirenas de los barcos, en sus muros están grabadas las plegarias de los marineros y en su altar late el corazón de un pueblo que, a pesar de la modernidad y el turismo, no olvida sus raíces.

Miles de visitantes cruzan sus puertas cada año. No son solo turistas religiosos, sino también amantes del arte, la historia y la arquitectura que buscan comprender la esencia más auténtica de Tenerife. En su interior, encuentran un oasis de paz y una lección de historia viva.

Por eso amigos, visitar el Puerto de la Cruz sin detenerse en su plaza, sin admirar su fachada encalada y sin respirar la historia en su interior, es perderse la pieza fundamental del puzzle que explica por qué esta ciudad es tan especial.

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